Quince minutos. Treinta minutos. Casi una hora y no hay ningún indicio de que vaya a aparecer. Yo que estaba seguro de que, ¡hoy sí!, llegaría a la cita. Siempre ocurre lo mismo con ella, salgo a buscarla y no la encuentro, me siento a aguardar algún mensaje suyo y siempre es en vano. Pero en el momento menos oportuno se presenta frente a mí, me guiña un ojo y me mira como diciéndome “¡Ven y hazme tuya!” Así es ella: La Inspiración.

Dicen que el ejercicio de creación musical consiste en un gran porcentaje de trabajo y un poco de inspiración, pero en mi caso la ausencia de esta última me deja sin punto de partida para ponerme a trabajar. Revolviendo mi cabeza en busca de opciones es que recuerdo aquel juego musical de Mozart. ¡Está clarísimo! Todo lo que necesito es un par de dados.

Permíteme explicarme: en el año de 1793 se publica un texto de Mozart con el título «Manual para componer valses con dos dados sin tener la más mínima idea sobre música o composición». Trabajos similares ya se habían publicado por Kirnberger en 1757 y por Haydn en 1790, y todos estos consisten en una serie de tablas con fragmentos musicales numerados —por lo general de un compás de duración—, que se van seleccionando y anotando según lo marquen los dados, procedimiento que se repite hasta completar la composición. Se tiene así un método de composición pseudoaleatorio, ya que, si bien son seleccionados al azar, los compases son «prefabricados» y hechos de tal manera que siempre presentan una buena posibilidad de orden al ser combinados de distintas formas. Otros ejemplos de la aplicación de este principio se encuentran en «El Arca Musaríthmica» de Kircher en 1660, y en los años 1822-23 cuando apareció «un grupo de barajas, el ‘Kaleidacusticon’, con el que se podía componer algo más de la modesta cantidad de 214 millones de valses.» (Pavón, 1981, p. 53)

Así que lanzo los dados, voy anotando los números y en poco tiempo tengo un vals hecho a la perfección. El único problema es que un vals no es precisamente lo que me habían dejado de tarea, sino un tema y variaciones para piano, ¿habrá un juego de dados para ello? O tal vez, ¿algún programa que me pueda hacer el trabajo? Seguro una computadora me puede ayudar a crear alguna buena melodía, hace décadas que se han hecho esfuerzos en esa dirección.

Existe, por ejemplo, la Suite Illiac, hecha en la computadora Illiac de la Universidad de Illinois, que creaba sus ideas obras de la siguiente forma:

La computadora fue programada para generar notas en forma aleatoria. Cada nota se analizaba- también por programa – para ver si obedecía a ciertas reglas preestablecidas en el contexto general de la obra (contrapunto en primera especie). Se procedió del mismo modo con los patrones rítmicos, dinámica e instrucciones básicas de ejecución, como «arco», «col legno», «pizzicato», etc. y si obedecían al plan general previsto eran aceptados y si no rechazados. (Pavón, 1981, p. 54)

Otro ejemplo es el realizado por el músico soviético R. J. Zarípov en la máquina «Ural» y de la que salieron las llamadas Melodías de los Urales, que son temas de corte popular. Para la realización de estas se hizo un estudio en el que se determinó, entre otras cosas, que las melodías tradicionales tienen un promedio de 35 a 60 notas y presentan una estructura de tipo A-B-A. Con esta información se le fueron dando reglas a «Ural» para que seleccionara las notas que iban a formar sus melodías, por ejemplo, «Si cinco notas van sucesivamente hacia arriba, entonces la sexta nota va obligatoriamente hacia abajo y viceversa.», o también, “El intervalo entre notas vecinas nunca debe sobrepasar seis tonos.» (Pékelis, 1973, p. 250)

Corro inmediatamente hacia mi computadora, acerco al escritorio el papel pautado y la taza de café, y me pongo a trabajar en la elaboración de un pequeño programa, no tan complejo como los que describí, pero que me pueda ayudar a suplir mi escasa musicalidad. Después de cuarenta minutos de trabajo creo que estoy a punto de lograrlo, pero entonces se corta la energía eléctrica. Enfurecido, golpeo el escritorio con el puño provocando que el café salte en todas direcciones.

Salgo del cuarto en busca de una vela, y al regresar con ella y observar las sombras de los objetos sobre el piso recuerdo una técnica usada alguna vez por Villalobos, que consiste en calcar en un papel milimétrico el perfil de una fotografía: el eje horizontal corresponde a las notas y el vertical a las duraciones de estas. Otro método: llenar un cepillo de dientes con tinta y salpicar sobre el pentagrama. Y otro más: tirar dardos a un blanco dividido en doce sectores que representen a los doce sonidos de la escala cromática. Parece que ahora sí mi imaginación está trabajando.

El día casi termina y sigo sin tener mi composición. Acerco la vela al escritorio para recoger los utensilios, la luz de la llama cae sobre el papel pautado y es entonces cuando observo con asombro: las pequeñas gotas de café se colocaron «estratégicamente» sobre las líneas del pentagrama; entono la línea así formada y descubro lo inconcebible: ¡es una buena idea musical! No importa que me falte talento si la suerte me sigue favoreciendo, tengo una buena melodía para el tema principal de mi obra y hasta he inventado un nuevo método de composición. ¡De verdad que soy un genio!

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Referencias

Pavón Sarrelangue, R. (1981). La electrónica en la música y en el arte. México: Publicaciones Cenidim.

Pékelis, V. (1973). Pequeña enciclopedia de la gran cibernética. Moscú: Editorial Mir.

Un comentario en “¡Tú puedes ser compositor sin saber de música!

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