¡Hola, buen día! Es un placer para mí contar con la colaboración de Jorge Alveláis, talentoso músico y poeta de Ciudad de México, con quien comparto esa inquietud por derribar tantos mitos que se dicen en torno a la música. La palabra escrita es un medio que a Alveláis se le da muy bien, como podrás leer a continuación, y por eso es que le agradezco ceder este texto para los seguidores de este blog. Si quieres conocer más sobre Jorge Alveláis, aquí puedes encontrar su semblanza: https://salvadorgovea.com/blogueros-invitados/
Leamos pues, lo que Alveláis nos comparte.
Música comercial: adicción y violencia
La música comercial es la que más se difunde y consume en nuestro país.
Es diseñada específicamente como mercancía al margen de la estética, con el propósito primordial de venderla y sobrestimular al público condicionando sus respuestas a un consumismo inconsciente, para lo cual es construida con elementos fácilmente asimilables que no exigen esfuerzo mental del oyente y con letras superficiales repletas de frases trilladas que frecuentemente hacen alarde de expresiones soeces, promueven la violencia contra las mujeres y los grupos sociales desprotegidos, y apologizan actos delictivos como el narcotráfico, el lenocinio e incluso el asesinato.
Su predominio entre la población mayoritaria ocasiona severos daños sociales, pues su consumo habitual deriva en pérdida de sensibilidad y empatía, lo cual dificulta la convivencia diaria, propicia comportamientos antisociales y genera actitudes violentas; efectos debidos no sólo al contenido de sus letras, sino a la forma con que dicha música es construida.
Esto último es un rasgo fundamental normalmente ignorado por quienes se enfocan en el mensaje literario de las canciones comerciales, sin percibir que la forma musical es usada intencionalmente como vehículo para crear adicción y manipular al oyente.
La calidad de cualquier música está determinada por sus elementos —ritmo, melodía, armonía, timbre, estructura, letra, etc.— y la complejidad con que éstos se relacionan entre sí. A grandes rasgos, dicha relación es la forma musical.
Los elementos estimulan simultáneamente tres áreas cerebrales: fisiológica (ritmo, timbre), emocional (melodía, armonía, timbre, letra) e intelectual (armonía, estructura, letra). El desarrollo neuronal se beneficia en la medida y proporción en que las áreas mencionadas son estimuladas por dichos elementos y sus interrelaciones.
Por ello, la buena música, creada con propósitos estéticos, con elementos que exigen del oyente atención y esfuerzo mental, letras poéticas y profundas que exaltan valores positivos, y un buen grado de complejidad formal, provee beneficios que la música comercial no ofrece.
El fenómeno es similar al de la nutrición: así como una dieta balanceada provee los nutrientes requeridos por el organismo, la buena música proporciona los estímulos necesarios para sensibilizar al escucha y propiciar su empatía.
Y así como los alimentos “chatarra” que nutren en grado mínimo no causan daño significativo cuando predomina la dieta balanceada, la música comercial no repercute de manera importante cuando la buena música predomina en los hábitos culturales de las personas.
En la música comercial, particularmente la utilizada para bailar (dance, cumbia, reguetón, banda, grupera, etc.), el ritmo destaca excesivamente sobre los demás elementos musicales y son frecuentes la sustitución de la melodía por locuciones rítmicas (rap), la supresión casi absoluta de la armonía y la simplicidad de la forma, lo cual restringe la música a sus componentes rítmicos, reduciendo la percepción al nivel fisiológico más primitivo.
La reducción perceptual provoca, entre otros efectos, adicción al facilismo y urgencia inconsciente de incrementar la intensidad sonora para compensar con aturdimiento la ausencia de estímulos emocional e intelectual que la melodía y la armonía proporcionarían en otras condiciones.
El consecuente exceso de volumen causa al oyente y a quienes le rodean severos daños en el oído, inhibición empática, supresión del impulso de ayuda mutua, tensión nerviosa y aumento de presión arterial, entre otros efectos perniciosos (por esto la Policía utiliza ruidos estridentes en sus operativos).
Los consumidores habituales de música comercial no suelen percatarse de los daños sufridos por ellos mismos a causa de sus costumbres musicales, ni de los perjuicios que causan a terceros; pero su comportamiento antisocial evidencia subdesarrollo intelectual y emocional, déficit de atención e incapacidad empática, síntomas que se acentúan conforme disminuye la calidad de la música habituada.
Por lo contrario, cuando los consumidores sustituyen la música comercial con una de mayor contenido melódico y armónico, reciben los estímulos emocionales e intelectuales antes ausentes y tienden inconscientemente a disminuir el volumen, lo cual prueba la existencia de una relación causal directa entre la música comercial y el volumen excesivo.
De ello se desprende que la mala calidad de la música predominante es factor decisivo —aunque no único— en el comportamiento antisocial de la población.
Algunas muestras:
- Conforme se abaratan los equipos de sonido, se multiplican los hogares donde se reproduce música comercial a volumen altísimo, agrediendo a terceros con el sonido vertido hacia el exterior. Si se pide bajar el volumen, la respuesta suele ser violenta.
- Los emisores de dicho sonido suelen transgredir otras normas de convivencia, como tirar basura en la calle, jugar futbol en zonas peatonales, consumir alcohol en vía pública, maltratar animales o arruinar áreas verdes.
- Muchos automovilistas reproducen música comercial a volumen insoportable, causando irritantes molestias a su alrededor, al detenerse ante el semáforo, al estacionarse en alguna calle, al arribar a zonas habitacionales, etc.
- Muchos operadores de transporte público agreden con música a alto volumen a los pasajeros; pero reducen el volumen cuando escuchan música más compleja, como los éxitos de rock sesentero, por ejemplo.
- Las peleas organizadas entre escolares, publicadas por ellos mismos en Internet, reflejan la aceptación de la violencia como modo de vida, efecto directo de la falta de sensibilidad y empatía fomentada por el consumo habitual de música comercial.
Un segmento social particularmente vulnerable ante la música comercial son los jóvenes de entre 13 y 19 años de edad, ya que en esa etapa de crecimiento se forjan su personalidad y carácter, mientras que su capacidad de asimilación de cualquier estímulo —benéfico o dañino— es superior al de otras etapas vitales. Los daños se evidencian en su desdén por las normas de convivencia elementales, desde el trato vulgar a las mujeres promovido por la música en cuestión, hasta las peleas mencionadas arriba, evolución delincuencial del comportamiento infractor.
En contraste, los integrantes de los pocos hogares donde existe consumo habitual de buena música suelen ser personas pacíficas, respetuosas de su entorno social y de la convivencia intervecinal. Las familias con estas características son difíciles de detectar, precisamente a causa de su civilidad, pues la música que consumen rara vez se escucha en el exterior de sus domicilios.
El problema tiene solución, aunque actualmente resulte difícil implementarla.
La música influye en la mente con rapidez y afecta anímicamente casi de inmediato, sin requerir un largo desarrollo previo: basta una breve sucesión de acordes o percusiones para modificar el estado de ánimo del oyente. Esta peculiaridad propicia habituarse a la música comercial, por su simplicidad y facilidad de asimilación; pero también puede aprovecharse para motivar el acercamiento, no sólo a la buena música, sino a la cultura en general.
Para ello debe considerarse que los hábitos musicales no son modificables mediante la censura o la represión, sino por medio de la persuasión y la constancia, ya que el gusto por la buena música sólo puede surgir cuando el individuo se encuentra con ella de manera agradable y frecuente.
El camino, entonces, es difundir la buena música por todos los medios a nuestro alcance, incluyendo llevarla a las zonas donde reside la población que no acude a los conciertos en sedes convencionales, tal como hacían las caravanas musicales de los años cincuenta.
Con todo, no debe esperarse que el cambio sea impulsado por los medios comerciales o las instituciones oficiales, cuyos directivos generalmente están inmersos en la subcultura analizada aquí o, peor aún, son cómplices conscientes de su imposición masiva.
Así pues, toca a los activistas culturales independientes —músicos, difusores, organizadores, etc.— enfrentar el problema con sus propios recursos. Una labor titánica, tal vez; pero no imposible.
Jorge Alveláis
http://www.jorgealvelais.com
Saludos. En resumen entendí «la gente buena escucha buena música» y me parece una opinión muy limitada; sugerir que el tipo de música que se escucha afecta directamente en la violencia y la adicción por ejemplo, cuando son otros los factores los que nos inclinan a escuchar cierta música y/o comportarnos de cierta forma.
El primer error es suponer que todos los seres humanos tenemos la misma respuesta a estímulos auditivos (o de otra índole), nada más contraproducente para hablar de un artista, sobre todo cuando ni siquiera tenemos acceso a la misma información. Las personas nos desarrollamos en diferentes lugares y tiempos, de diferentes formas con inclinación hacia diferentes inteligencias. ¿Transgresión?¿problemas auditivos? creo que los músicos, junto a otras profesiones y oficios sufren con frecuencia de ellos, no es necesario tener un modular de ultima generación, vasta con estar expuesto al ruido de una ciudad.
No niego que hay una coincidencia entre practicas y consumos, curiosamente este articulo lo prueba «gente culta vs gente inculta», pero a pesar de que la música como industria forma parte nuestra problemática no es sino otra consecuencia del contexto en el que vivimos. Si hay mucho que hacer, en muchos aspectos de la sociedad, pero hay varios donde la música ni siquiera tiene campo de acción.
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Creo que hay una confusión entre causa y efecto: no es que «la gente buena escucha buena música», sino, al revés: la buena música propicia la sensibilidad, la empatía y el comportamiento social benéfico derivados de éstas, «beneficios que la música comercial no ofrece».
Tampoco es algo tan simple como “gente culta vs gente inculta”, ya que hay gente sin mucha cultura que escucha música de buen nivel por alguna causa fortuita; por ejemplo, por haberse acostumbrado a ella en alguna etapa de su vida o por ser la única que tuvo a su alcance.
Un ejemplo viviente de esto son algunos ancianos que en su infancia o adolescencia (cuando se forja el gusto musical) sólo pudieron escuchar las estaciones radiofónicas más potentes de esos tiempos, XEW y XELA, de música popular mexicana y música clásica, respectivamente.
Esas personas se aficionaron a la buena música a tierna edad, obviamente sin tener mucha cultura aún y sin habérselo propuesto.
Por ello en mi texto dejé bien claro que «…la mala calidad de la música predominante es factor decisivo —aunque NO ÚNICO— en el comportamiento antisocial de la población».
La buena música sensibiliza y crea una tendencia decisiva; pero no es el único factor influyente, ya que son muchos los que intervienen en el fenómeno.
Sin embargo hay respuestas fisiológicas que todos los humanos compartimos, como la incidencia de la música en los procesos cerebrales, que ha sido estudiada por mucha gente del ámbito científico, musical y educativo.
Buena parte de este artículo está basada en los trabajos de la Maestra de Educación Musical y miembro del Consejo de la Música en México (CIM/UNESCO) Gabriela Soto Villaseñor.
También me basé en el libro «Estructuras de la Mente. La Teoría de las Inteligencias Múltiples.» del famoso siquiatra Howard Gardner, así como en el famosísimo «El efecto Mozart» de Don Campbell.
Igualmente me basé en «Superficiales ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?» de Nicholas George Carr, donde explica la neuroplasticidad como motor decisivo de nuestra evolución mental y cerebral.
Igualmente hay literatura que aclara el panorama, como el libro «Relationship Between Heart Rate and Preference for Tempo of Music. Perceptual and Motor Skills» del Doctor Makoto Iwanaga; o el texto de graduación «Music And Its Affect On The Human Brain», del Profesor Mon-Chaio-Lo de la escuela River Ridge.
En toda esta literatura —y otra más que he estudiado—, se analiza el proceso cerebral de la música, tanto al crearla como al escucharla.
Y créeme, conforme ahondé en el estudio mi perspectiva cambió: no era solamente cuestión de gustos ni de cultura, como yo creía, sino de procesos cerebrales completamente mesurables que todos los seres humanos compartimos.
Saludos.
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Saludos. No cuestiono los procesos cerebrales o beneficios de la música; tampoco me atrevería a decir que hay música mala, ahí entra mi conflicto porque las implicaciones del articulo no son solo cerebrales o auditivas si no sociales, y mi comentario iba más en ese sentido antropológico y ético (creo) que si hay algo que merece ser dicho también merece ser escuchado, eso por muy transgresor y violento que sea.
Es decir, existe una sociedad comercial, enajenada, violenta, adicta, y solo entonces existen expresiones comerciales, enajenantes, violentas y adictivas que requieren ser escuchadas. Y también hay contra-expresiones -o algo así- que pueden ser pacificas, comerciales, violentas y clandestinas o de protesta.
A pesar de lo mucho que significa la música en mi vida, tampoco le doy ese poder, el de conducir una sociedad o las relaciones humanas de todos, porque ningún arte por si solo puede hacerlo, ni siquiera creo que pueda comenzarlo.
«Gente culta vs Gente inculta» es algo que interprete del articulo, porque no hay gente con más o menos, mucha o poca, cultura; pero ver a la música, la «buena música», como alta cultura tiene implicaciones elitistas y eso nos regresa al articulo, hay y habrá música popular porque no es materia de la música cambiar las sociedades sino hablar de ellas.
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